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Carl Jung y la musicoterapia

Carl Jung y la musicoterapia

Tomado del libro: Jung, C.G y Hull R.F.C (1987). Jung Speaking. Interviews and Encounters. Princeton University Press.

Por Margaret Tilly – Musicoterapeuta

Traducido al español por Santiago Vilá

Hace 10 años, durante un corto viaje a Londres, estuve hablándole a un grupo de analistas y miembros del Club de Psicología Analítica sobre mi trabajo experimental con la música y su valor terapéutico al utilizarla de forma específica. Los expertos que estaban presentes dijeron: “Definitivamente, Jung debería conocer esto. Debes contarle”. Me negué y no hice nada al respecto.

Años más tarde (1956) estaba nuevamente en Londres dando conciertos y los analistas me urgieron incluso más fuertemente para que contactara al Dr. Jung. Nuevamente dije “no” y partí hacia Génova, donde debía tocar en vivo para la radio. Estaba sentada en mi habitación de hotel, esperando irme a la estación de radio, cuando pensé: “Podría parecer presumida, pero después de todo, mi trabajo ahora ha llegado mucho más allá de las etapas puramente experimentales. Si los expertos sienten eso así, simplemente puedo mandarle a Jung un par de los ensayos que he escrito. Si está interesado, estoy cerca y podría ir fácilmente.” Entonces envié los escritos, meramente añadiendo que estaba en Génova. La respuesta llegó de parte de su secretaria, en donde me pedía que estuviera en la casa de Jung dos días después. Esto lo sentí como un mandato de Dios, pero cuando finalmente estaba caminando por el corredor de su casa y él estaba con sus manos abiertas para darme la bienvenida, sentí que ahí estaba una de las personas más cálidas y amigables que jamás haya conocido, tan fácil de hablarle que no me sentí intimidada en absoluto.

Nos sentamos a una mesa redonda que daba a la ventana de su estudio. Mis ensayos reposaban frente a él. Parecía estar muy exaltado, con interés y curiosidad.

Él dijo: “He leído y escuchado un montón de cosas sobre musicoterapia, y siempre me ha parecido tan sentimental y superficial, que no me ha interesado. Pero sus escritos son completamente diferentes y no puedo esperar más para escuchar qué es lo que usted hace. No puedo imaginar lo que es. Usted debe usar su lenguaje, por favor, no el mío”. No entendí inmediatamente lo que esta última frase quería decir, y dije: “Antes de hablar, Dr. Jung, puedo, preguntarle ¿cuál ha sido su relación con la música?”. Su respuesta fue una sorpresa: “Mi mamá era una buena cantante, al igual que su hermana. Mi hija es una buena pianista. Conozco toda la literatura (musical) y he escuchado todas las grandes obras y los grandes intérpretes, pero ya no he vuelto a escuchar música nunca más”. “¿Porqué?”, pregunté. “Porque la música se involucra con el material arquetípico profundo, y quienes la tocan no se dan cuenta de eso”. Ahí entendí porqué había crecido la idea de que a Jung no le gustaba la música. No es que no le importe, le importa demasiado.

En este punto, él dijo: “Con su permiso, he invitado a Miss Bailey y a mi hija para que nos acompañen esta tarde, ya que ellas están muy interesadas en lo que usted nos va a decir. Ahora, tomémonos un té.”

Entramos a su sala, grande, oscura y acogedora, donde me presentó a su hija y a Miss Bailey, que estaban sentadas frente al fuego. Al fondo de la sala había un gran piano Bechstein con la tapa abierta.

Pasamos un rato muy agradable y alegre junto al fuego. El Dr. Jung se mostraba divertido y encantador. Cuando tomaba mi última gota de té, él dijo: “No puedo esperar un minuto más, empecemos, pero usted debe usar su propio lenguaje”.

Dije: “¿Quiere que toque?” y dijo: “Sí. Quiero que usted me trate exactamente como si yo fuera uno de sus pacientes. Ahora, que cree usted que necesito?”
Ambos rugimos a carcajadas y dije: “¿Realmente quiere que probarlo, no es cierto?”

Él dijo: “Sí. Ahora, vamos al piano. Estoy levemente sordo, entonces ¿podría sentarme cerca?”

Y así, se sentó justo detrás mío, pudiéndolo mirar con solo girarme un poco.

Comencé a tocar. Cuando volteé a mirar, fue evidente que estaba muy movido, y dijo: “Siga, siga.” Y toqué otra vez.

Esta segunda vez, él estaba mucho más profundamente movido, diciendo: “¿No se lo que me está pasando, qué está haciendo?”

Y comenzamos a hablar. Me disparó pregunta tras pregunta. “¿En tal y tal caso, qué trataría usted de lograr? ¿A dónde quisiera llegar? ¿Usted qué haría? No me diga simplemente, muéstreme”. Y gradualmente, mientras trabajábamos, me dijo: “Empiezo a entender qué es lo que usted hace. Muéstreme más.”

Le conté muchas historias sobre casos, y trabajamos por más de dos horas. Él estaba muy emocionado y trabajaba como un niño simple e ingenuo. Finalmente estalló diciendo: “Esto abre campos de investigación totalmente nuevos, unos que nunca antes soñé. Gracias a lo que usted me mostró esta tarde, no solamente lo que dijo,sino lo que sentí y experimenté, siento que de ahora en adelante, la música debería ser una parte esencial de todo análisis. Esto toca el material arquetípico profundo, que solamente podemos alcanzar algunas veces en nuestro trabajo de análisis con pacientes. Esto es verdaderamente extraordinario.”

En este punto, algún espíritu malvado me hizo mirar el reloj, y dije: “Dr. Jung, me tengo que ir o perderé mi tren de regreso a Paris.”

“Oh, no, no debe irse, podría quedarse unos días con nosotros? ¿Podría regresar?” De mala gana partí. Su hija me llevó en el carro hasta el tren y me senté, aturdida, todo el camino de regreso a París.

Nota: Alan Watts, en su autobiografía titulada In My Own Way (New York, 1972), p. 394, hace una referencia breve a la reunión de Margaret Tilly con Jung y añade:

“Poco tiempo después, la hija de Jung le dijo a Margaret: “Quizás no sabes que hiciste algo muy importante para mí y para mi padre. Siempre he amado la música, pero él nunca la ha entendido, y esto era una barrera entre nosotros dos. Tu visita ha cambiado todo eso y no se cómo agradecerte.”