Los encuentros en donde la música y los estados de conciencia funcionan como fórmula de descubrimiento interno, son inherentes a la naturaleza más primordial del ser humano: aquella de búsqueda y encuentro existencial en un Universo sondeable. La sonda lanzada: música altamente inspirada; el terreno de navegación: la conciencia activa, individual y colectiva. El propósito: sanar y seguir avanzando hacia aquello profundamente significativo que sentimos por dentro. Hoy, los confinamientos en espacios físicos (más no necesariamente de la conciencia), nos llevan a activar redes de intercambio que puedan sostener y propiciar la intención de auto descubrimiento y transformación. Es así como, desde la infinita recursividad que nos alimenta desde algún lugar se nos da el regalo de la Imaginación Guiada con Música posibilidad de explorar y sanar los espacios de la psique y la conciencia. Compartimos el ejemplo de una sesión en donde el simbolismo de muerte y renacimiento describe mejor que las palabras, el hermoso proceso de transformación de una mujer.
“Con una exhalación profunda, suelta todo el peso, preparándote para recibir la música. Ahora deja que la música te lleve a donde necesitas ir”. Con estas palabras, el guía de esta sesión de psicoterapia con música concluye la fase de relajación, preparando a la viajera (una mujer de unos 30 años) para adentrarse en las zonas desconocidas de su propio universo interno. Mientras los sonidos cálidos, contenedores y consonantes del Concierto para Cello de Haydn impregnan suavemente los campos visibles e invisibles, la viajera comienza a describir su experiencia: “Estoy bajando por una escalera de piedra hacia una cueva subterránea. Encuentro una armadura. Al ponerme el casco, siento impresión por el frío del material. Cojo también una espada y siento su filo entre mis manos. Tomo una lámpara y continúo explorando esta cueva, hasta llegar a una reja que al parecer conduce hacia afuera. Tengo la llave para abrirla”. La música produce cada instante de la experiencia interna de la viajera, en alianza terapéutica con sus propios contenidos, conduciéndola hacia instancias subterráneas y al mismo tiempo proporcionándole los medios de protección para enfrentar la naturaleza de sus fuerzas inconscientes. La viajera respira con más profundidad al preparase para salir de esa cueva y entrar en un nivel más profundo de su experiencia interna. Los sonidos vocales del “coro a boca chiusa” de Puccini le dan una atmósfera más sigilosa y delicada a su viaje. “Ya me estoy asomando por un hueco de la alcantarilla a la luz. Es como una calle, pero la luz no me deja ver bien dónde estoy. Es como una calle empedrada, las casas son blancas. Es bonito, tranquilo, pero no he visto a nadie todavía. Hay una inquietud en la calle, sigilosamente camino por ella.” Los lánguidos sonidos del Cuarteto para Cuerdas de Debussy le dan a la experiencia un tono francamente desolador, buscando llevar la psique hacia esos lugares en donde pueda haber alguna herida por sanar. La música no es para nada predecible, hay disonancia, una lentitud generalizada, con silencios prolongados. Poco a poco, la música va creciendo en intensidad, modulando de forma ascendente a través de una melodía que se repite con variaciones cada vez más cortas, produciendo una sensación de vértigo y de propulsión hacia lo inevitable. “Me siento como El Principito, solo en su planeta. Siento melancolía. Creo que más allá de una huerta hay un cementerio. Estoy viendo unos tomates rojos pero al lado hay unos huecos como los que se hacen en la tierra para los ataúdes. Está mi mamá ahí. Creo que está muerta. (La música llega a su máximo punto climático, las cuerdas taladran con sonidos en el registro agudo imbricadas posibilidades de variación melódica). Me voy corriendo de ahí y llego a un árbol de flores moradas, con un columpio como los que me sentaba de niña. Estoy triste y tengo rabia porque ahora si estoy sola.” Después de unos minutos en donde los sonidos estabilizadores de una parte del Oratorio para Navidad de J.S. Bach proyectan una atmósfera más apacible, la viajera se ve a si misma a la edad de 15 años, recorriendo un campo con mariposas, sintiéndose de alguna forma liberada, expresándose en su imagen a través del baile y el juego. A través de un tránsito sonoro delicado, comienza la música de Dvorak, principalmente de cuerdas, sugiriendo el desarrollo de la historia hacia algún tipo de resolución. “Cogí un girasol. Voy por las callecitas empedradas, sin zapatos. Voy a volver a donde estaba mi mamá a dejarle la flor. (Después de unos instantes en donde su expresión refleja estar profundamente abstraída, la viajera continúa su relato). No se si yo me morí o si ella volvió a la vida. Estamos las dos bailando y estamos felices. Está también mi perro y mi papá, pero ya me tengo que ir de ahí. Estoy corriendo por la calle descalza. Buscando una pila de agua. Voy a meter ahí los pies para limpiarlos. Me siento bien. Voy a buscar donde pasar la noche y me voy a meter a la camita. Una camita chiquita. En el cuarto en que estoy hay un florero con rosas rojas y claveles rojos. Son hermosos mientras tengan vida.”
Después de aproximadamente 30 minutos, la música termina y todo parece quedar suspendido en un espacio entre lo normal y lo extraordinario. Poco a poco la viajera va retomando noción del espacio exterior, gracias a las sugerencias del guía. Tras unos minutos para reestablecerse, dibuja con el fin de recordar su experiencia. En la conversación posterior con el guía verbaliza lo que cada momento de su viaje representa con relación a los momentos intensos que está viviendo con su núcleo familiar. Lo más importante parece haber sido atravesar el miedo relacionado con la pérdida de su madre, reafirmándose en la confianza espiritual de que el compromiso de amor se encuentra intacto más allá de las formas ordinarias.